Desde que su primer disco For Emma, Forever Ago (2007) pegó de manera relativamente pasiva en las listas de lo mejor de la década, se puede decir que Justin Vernon no tuvo tiempo para respirar. Entre colaboraciones con varios artistas, un nuevo EP, una aparición en el disco de Kanye West, y grabar un par de proyectos apartes, el segundo disco de Bon Iver asomaba como uno de los discos más anticipados del año (aunque difícilmente se haya ganado el título con tanto Strokes y Arctic Monkeys).
Si vale la pena mencionar que el disco fue grabado mientras Vernon estaba encerrado en su casa un invierno entero recuperándose de mononucleosis, es porque el disco refleja todo lo contrario. No hace falta escucharlo muchas veces para darse cuenta que el nivel amplio de instrumentación en cada canción no se puede contar con las dos manos: cada tema es una sólida expansión y un quiebre de la perspectiva que guardábamos de Bon Iver con su primer disco melancólico. Sin embargo, las voces y los relatos desgarradores que hicieron ese debut un álbum tan poderoso siguen intactas: el método de evolucionar de un trabajo con baterías escasas y guitarras simples a una ambiciosa producción sin perderse en el proceso es algo que le faltó a varios discos etiquetados como folk de este año.
Con cada escuchada se descubren más y más espacios en cada canción, sentimiento provocado especialmente por la masiva percusión y todos los sintetizadores diferentes que tocan al mismo tiempo. Especialmente en canciones como Perth que abre el disco con guitarras casi angelicales que no hacen más que flotar en ese ambiente hacen resaltar la producción llena de coros de iglesias y redoblantes por todos lados mientras que un par de trompetas y clarinetes se asoman muy por atrás.
El disco avanza para experimentar con un par guitarras eléctricas y levemente distorsionadas cuando puede que en canciones como Minnesota, WI, coexistan momentos hermosos con pedazos donde puede llegar a parecer que un banjo, unos instrumentos de viento y unos golpes distorsionados irrumpen simplemente para hacer ruido, corrompiendo la estabilidad sonora y la experimentación interesante con la que venía encaminada la canción. Una vez pasado ese momento de incertidumbre, el álbum se expande en canciones como Holocene o Wash., donde la capacidad para crear escenarios cómodos y fríos al mismo tiempo es inmensa.
Bon Iver brilla en los momentos en los que la instrumentación llueve de manera natural y hace fusión con el propósito de la canción. En otros momentos parece que lo que estamos escuchando fue ideado de tal manera para que uno se dé cuenta de los nuevos sonidos con los que Vernon no tuvo miedo de experimentar, pero sin ningún otro objetivo en particular.
#359 - Bon Iver (2011)
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