Se venía un poco escuchando un poco acerca de James Blake desde el año pasado. Con dos EP bajo el brazo, el debut de Blake cayó a principios del año con toneladas de expectativas que logró satisfacer sin ninguna culpa. Tomando mando del micrófono ésta vez, James Blake es el responsable de uno de los discos más comentados y aclamados del año. Y bien merecido.
No hace falta darle muchas vueltas al disco para poder distinguir una premisa: James Blake no es ningún aficionado en lo que respecta a composición melódica, con versos que repite hasta el final en cada canción acompañado de hermosas capas de teclados y bases rítmicas. Es por esta misma razón que no es difícil descomponer cada canción del disco para unir las piezas e identificar los elementos que causan déjà vu. Del otro lado de la moneda, no existen combinaciones de palabras que hagan justicia a la combinación perfecta entre emociones y técnica que dominan canciones como the Wilhelm Scream o Why Don’t You Call Me.
La voz de Blake no deja de ser un arma afilada al momento de experimentar con efectos vocales ni cuando necesita un coro propio. Canciones como I Never Learnt to Share pueden llegar a servir como mejor ejemplo de esta lucha entre el minimalismo y la ambición electrónica. Con teclados libres y una batería constante, el tema parte de un a cappella al que le suman de a poco estos dos instrumentos para ir in crescendo y finalizar en un rápido puente distorsionado.
Muchas otras canciones pueden dar la impresión de ser bocetos o ideas desestructuralizadas de canciones más poderosas, aunque no dejan de ser pensamientos excepcionalmente producidos. Otras opiniones critican al disco enfatizando el hecho de que las canciones más fuertes del disco son covers: el single instantáneo Limit to Your Love es un cover de Feist de su disco Reminder (2007). Con su voz y su teclado imponente, Blake logra apoderarse completamente del tema hasta hacerlo mucho más suyo que de nadie. Muchos de los bocetos mencionados anteriormente, aunque no dejan de ser momentos interesantes no completamente explorados, se quedan cortos al lado de temas como éste.
De la misma manera que varios de los discos electrónicos de este año, James Blake puede o no ser un disco hecho para desertar después de unas primeras escuchas. Por un lado, varios sonidos intrigantes como la guitarra acústica en Lindisfarne II pueden pasar desapercibidos hasta que el oído se apropia completamente del álbum. Por otro lado, el hecho de que exista una premisa implícita en cada canción puede hacer que la mente desmotivada de por sabido uno de los discos más originales e interesantes del año.
#373 - James Blake (2011)
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