Tuesday, July 24, 2012

1000 Fragments

“Dondequiera que estemos, lo que oímos más frecuentemente es ruido. Cuando lo ignoramos, no molesta. Cuando lo escuchamos, lo encontramos fascinante. El sonido de un camión a cincuenta millas por hora. La estática entre emisoras. La lluvia. Queremos capturar y controlar estos sonidos, y usarlos no como efectos sonoros sino como instrumentos musicales.” Explicaba John Cage en una charla con la sociedad de arte de Seattle, en 1937. ¿Existe alguien que haya tomado la palabra de Cage de manera más literal que Ryoji Ikeda?

Ryoji Ikeda es un artista japonés, instalado en Paris, que desde los ‘90s viene aportando con sus experimentos musicalmente ambientales, y otros trabajos en los que juega con frecuencias altas y patrones rítmicos no convencionales. Su primer aparición publicada fue en un compilado titulado “Silence CD” (¿qué tal, Cage?), aunque el primer disco que lanzó por sí solo fue 1000 Fragments (con su propia discográfica, CCI) en 1995. Desde entonces, la carrera de Ikeda se centró en las cualidades físicas del sonido y su causalidad con la percepción humana, acumulando varios premios bajo el brazo, y ganando atención con sus exposiciones y experimentaciones visuales en museos de todo el mundo.

1000 Fragments está dividido en tres partes: Channel X, 5 Zones, y Luxus. La primera, compuesta por grabaciones que datan de 1985 a 1995, es la que le da nombre al disco, conteniendo mil pequeños fragmentos de sonidos (aunque no creo que exista un alma que se haya animado a contarlos) editados uno detrás de otro. Estas pequeñas piezas apenas llegan a los doce minutos, por lo que poco sentido tiene analizar cada una de las nueve por separado, por más que sirvan en esta crítica como referencias. “Testone” es una abrupta introducción, si es que se le puede decir introducción a siete segundos de interferencia. “Trans-Missions” nos presenta “el horrible sonido más hermoso del mundo”, un torno odontológico perforador de tímpanos, antes que la anestesia empiece a hacer efecto y despertarnos en un cohete contando los microsegundos para despegar. Una máquina de escribir automática, una azafata que testea nuestro stereo, una llamada colgada, un beat electrónico, hacemos zapping entre noticieros y estaciones de radio, estática. La verdad es que describir literalmente cada sonido que aparecen en esta primera parte del disco, ocuparía fácilmente dos páginas; pero esto tendría tan poca gracia como escuchar el disco concentrándose solamente en cada fragmento.

El verdadero fruto de Channel X está en cómo reacciona cada fragmento entre sí, en las alternaciones entre los sonidos superficiales de transmisiones radiales, los profundos beats, las espaciosas frecuencias bajas, y las casi inaudibles frecuencias altas. Tomando el formato de la música electroacústica, pero desarrollando conceptos y herramientas de la disciplina acusmática, Ikeda opta por escenarios contrastantes e inmediatos pero igualmente de efectivos. Otra cualidad a favor es la creatividad humorística del artista: sea tanto como para crear juegos de palabras en los títulos (“Holy Wood” serviría como el mejor ejemplo), o la irónica relación título-canción. Con respecto a está última, no hace falta más que escuchar “Into the Tranquility”, y ver como un ambiente manso y pintoresco de capas y capas de sintetizadores, fiel al título, es abruptamente interrumpido por cortes de cantos dramáticos, órganos estrepitosos estilo “Tocata y fuga”, y una grabación de un micrófono perdido en una apocalipsis zombie. Y si eso no es humor, yo no se...

Con casi cincuenta minutos por matar, las dos últimas partes del disco componen el lado ambiental con el que Ikeda experimentó desde 1993 hasta 1995. Estas últimas dos partes del disco contrastan directamente con el Channel X, lejos de la espontaneidad que caracteriza a la primera parte, y las crudas grabaciones mecánicas. Sin embargo, no son pocos los que valoran a 1000 Fragments por la parte ambiental del disco, tomando los primeros 10 minutos del disco como una parte “fuera de personaje” o “desorientante” con respecto al resto del trabajo, aunque no dejan de ser intrigantes.

Mezclando sintetizadores, grabaciones de campo, y bastantes efectos indescriptibles, 5 Zones comienza con un paisaje sombrío, sonidos metálicos y explosiones muy ahogadas, manteniendo una frecuencia monótona en la primera zona, y mezclándose con una frecuencia mucho más baja en la segunda. De a poco, un discurso morse comienza a remplazar la frecuencia alta, mientras la frecuencia baja comienza a tomar una forma rítmica. Además de una belleza minimalista, las cinco zonas son un logro de alternación de frecuencias y fondo: por momentos una frecuencia baja marca el “silencio” sobre el cual sonidos más agudos toman el protagonismo, y otras veces, a través de una repetición monótona, o una cualidad rítmica, es la frecuencia alta la que planta el territorio sobre el cual la baja se desenvuelve libremente.

La cuarta zona representa el ritmo más tangible en todo el disco, con un beat electrónico sobre un bajo arrasador, dónde el código morse también se hace presente. La quinta y última zona se mantiene atonal bajo una frecuencia alta que marca el tiempo, donde parece no quedar rastro del cálido ambiente que nos había planteado el primer movimiento. Pasando la mitad, sin embargo, hay un corte abrupto y una frecuencia casi inaudible de lo baja esconde una grabación de campo en una playa desolada con gaviotas, con el viento golpeando al micrófono, y así terminando la segunda parte del disco.

Luxus 1-3 (¿un cariñoso guiño de ojo para FLUXUS?), también presenta en un primer momento un paisaje difuso, pero a medida que la progresión minimalista toma marcha, los sonidos y las imágenes que éstos transmiten se hacen cada vez más nítidos. Pero, a diferencia de 5 Zones, Luxus comienza con un paisaje mucho más luminoso y menos sombrío, con coros humanos (o seguramente sintetizadores que simulan serlo). A lo largo de más de dieciséis minutos, Luxus también experimenta con frecuencias bajas rítmicas, pero de una manera más espaciosa, en un viaje pasando por violines repetitivos, los sintetizadores indispensables, y volviendo a finalizar con los bajos. La estructura minimalista puede llegar a dar la impresión de haber recorrido kilómetros cuando los cambios panorámicos en realidad fueron mínimos y recurrentes, muchas veces volviendo a recrear los mismos paisajes.

Las obras de Ryoji Ikeda siguieron manteniendo este formato de varios discos dentro de uno, con experimentos que tardaron años en terminarse. Los trabajos publicados posteriormente a 1000 Fragments son considerados por la crítica como los ejemplos más radicales e innovativos de la música electrónica contemporánea. La técnica electroacústica de Ikeda en Channel X se vio explorada a lo largo de toda su carrera hasta el presente, y compone la base de las exhibiciones artísticas, acompañadas por imágenes de ruido blanco y pequeños fragmentos visuales. Las ideas principales para 5 Zones y Luxus 1-3 también fueron exploradas en discos posteriores como Time/Space. Por su cuenta, 1000 Fragments fue re-editado en 2008, llevando a los nuevos admiradores de Ikeda a conocer un poco de sus tempranas experimentaciones ambientales y orgánicas, en contraste con la electrónica mecánica y matemática con la que tanto se divierte tocando ahora. No importa si se lo escucha teniendo en cuenta que fue el comienzo de uno de los artistas claves en la orientación electrónica y experimental de la música ambiental, o en forma de re-edición novedosa, no hace falta estar muy involucrado en el género para darse cuenta que 1000 Fragments no envejeció ni un pelo.
#380 - Ryoji Ikeda (1995)

Lucifer

Desde hace cuatro años que Peaking Lights lleva la tarea de ponerle música a la noche. Se puede hasta decir que cualquier persona familiarizada con el trabajo de la banda sabe que escuchar un disco del dúo americano de día es pecado. Su nuevo disco conceptual, Lucifer, reconoce finalmente esta asociación, y se hace responsable oficialmente de la tarea. Con su orquesta infinita de sintetizadores, beats y loops mecánicos, bajos repetitivos y efectos, es difícil pensar en una banda más adecuada que Peaking Lights para instrumentalizar la noche más interesante del año.

Moonrise da comienzo a la noche, con una introducción de teclados como xilófonos y capas de sintetizadores y loops a mecánicos. Pero es el primer single del disco, Beautiful Son, el que ya nos posiciona en un viaje de trasnoche con la voz maternal de Indra Dunis reverberando entre bajos distantes y pianos minimalistas. Y si la canción llega a ser una de las canciones más interesantes del repertorio de la banda es porque logra mantenerse sin un beat pedante tan acostumbrado en Peaking Lights. Ah, y también porque está a 10 o 20 tempos menos de ser 19-2000.

Lucifer recupera en seguida esta carencia rítmica, yéndose justamente al otro extremo con Live Love, con una cadena de baterías electrónicas y bajos que juegan entre el límite dub, estirándose hasta casi llegar los siete minutos. La estructura de las canciones está mucho más clara que en el trabajo anterior de la banda, 936 (2010), llevando al oído a hacer pensar que “todo está dónde debería estar” no solamente desde un punto de vista tímbrico como el disco anterior, si no que en términos compositivos.

El hecho que Peaking Lights se hayan vuelto padres desde su último disco puede ser que no repercuta tanto en Lucifer: además de la “canción de cuna” de Beautiful Son y las risas del recién nacido en LO HI, la psicodelia sigue siendo tan agresiva como las letras subversivas. Sin embargo, puede que la pareja este encarando la paternidad desde otro lado, siguiendo creando paisajes lisérgicos y tonos coloridos a través de la repetición, herramienta muy efectiva si lo que se quiere es mantener al oído fascinado.

Con tres discos bajo el brazo, Peaking Lights sabe exactamente las limitaciones de su propio sonido, y, aunque no deje de ser un poco decepcionante, la banda no tiene pensado ni mover la perilla de sus efectos de guitarra, o variar las baterías electrónicas y mucho menos el reverberación en la voz de Dunis. El nivel artístico que alcanzaron con su disco anterior, esa producción que tanto difiere de las grabaciones caseras anteriores, parece haber llegado para quedarse. Es por eso que mucho de lo que ya se dijo en el pasado, o los adjetivos que se le den a cualquiera de las canciones actuales, sirven para generalizar con gran detalle gran parte del disco.

Con la outro Morning Star, los rayos de luz luchan por salir entre guitarras chillonas, pianos desfigurados y un corte abrupto. Pero, si los cuarenta y tres minutos y pico de Lucifer no sirvieron para cubrir técnicamente toda la noche, entonces no hay que dudar en la repetición, por lo menos es bastante sabido que Peaking Lights tampoco.

#379 - Peaking Lights (2012)

The Only Place

“Why would you live anywhere else?” pregunta Bethany Cosentino en The Only Place, “We've got the ocean, got the babes / Got the sun, we've got the waves”. Semejante carta de amor superficial dirigida a la costa Californiana difícilmente resulte sorpresiva. Después de todo, Best Coast consiguió un lugar entre los soundtracks de veraneo más significantes con su primer disco Crazy for You (2010). Este año vuelven con The Only Place, disco que los muestra buscando maneras distintas de seguir cantándole a la playa y a los desamores estacionales. Pero más que nada a la playa.

The Only Place se distingue instantáneamente de su predecesor con una producción completamente distinta. Mientras Crazy for You estaba mucho más preocupado en mantener un sonido atmosférico, este nuevo trabajo posiciona la voz de Cosentino en un primer plano, con muchos menos efectos difusos y de reverb. La simplicidad lírica y tonal de Best Coast es algo que anteriormente se complementaba de una manera natural e interesante bajo una producción retrógrada. Y de ahí es donde surge el principal problema del disco: lo que antes funcionaba tan bien escondido bajo una sábana lo-fi, esta vez queda desmantelado ante la producción de Jon Brion, y lo que se encontramos debajo puede llegar a desilusionar.

La otra mitad de Best Coast, el multi-instrumentalista Bobb Bruno, cumple su parte rompiendo las barreras tímbricas con las que la banda se había encuadrado, y hace lo posible para destacar a cada canción por lo menos en ese plano. Dreaming My Life Away se aleja de la costa oeste americana y se adentra al Caribe con vibráfonos y platillos latientes; pero más allá de otras pocas excepciones, lo que hace a cada canción identificable termina siendo el estribillo fácil. Y quién puede echarle la culpa al pobre Bruno, cuando la gran mayoría de las canciones no varían más que de “canción de batería y guitarra rápida” a “balada de batería y guitarra lenta”.

Si se va a hablar de The Only Place como un esfuerzo más primitivo que con lo que la banda venía tocando, es una crítica que tendría que ir dirigida puramente a los límites armónicos en los que Best Coast se cercó. Aunque lo más fácil sea desvaluar al disco por sus “tontas letras de amor”, no hay que olvidarse que la simplicidad puede llegar a ser la mejor manera de explicar sentimientos complejos. Coros repetitivos como “There’s no one like you” (en No One Like You) o “I want to see you forever and ever / forever and ever” (en Up All Night), son de los más usados en la historia de la música, pero por es por alguna razón que son con los que es más fácil sentirse identificado.

Best Coast no tiene miedo de repetir arreglos o melodías (más de una puede llegar a causar serios déjà vus), tanto como de saturar estructuras convencionales y reciclar quejas amorosas. A su vez, los elementos que juegan a favor de the Only Place no difieren mucho de los que hicieron a Crazy for You un disco tan fácil de enganchar oyentes. Sí, Cosentino evolucionó consideradamente como vocalista, pero las canciones más fáciles e inmediatas siguen siendo las más pegadizas. Y con la repetición, es increíble cómo un disco al que lo enfrentamos escépticamente en primera instancia, termina finalmente creciendo sin prejuicios.

#378 - Best Coast (2012)